9.1.13

Mi hijo el ingeniero


Desempleo cero. Sueldos altos. Trabajo aquí o en el país que quieras. Posibilidad real de cambiar de puesto laboral de un día para el otro si uno se aburre o no soporta más a su jefe. Así es hoy ser ingeniero en Uruguay: el paraíso soñado por cualquier profesional o trabajador. Y sin embargo los jóvenes le huyen como si fuera el infierno.
Es un problema que las estadísticas muestran con claridad: a pesar de sus evidentes ventajas comparativas, las carreras de ingeniería atraen a pocos jóvenes.
Por eso hoy faltan ingenieros en Uruguay. Incluso si el número de egresados de ingeniería aumentara un 20% seguiría sin haber desempleo entre ellos, sostuvo en una de sus últimas ediciones la revista de la Asociación de Ingenieros.
Mientras cada año en Corea se recibe un ingeniero cada 625 habitantes, en Uruguay lo hace apenas uno cada 8.000. Según datos publicados el 16 de setiembre en el diario El País en base a una entrevista al presidente de la Asociación de Ingenieros, Marcelo Erlich, la tasa nacional está entre las más bajas del mundo: anualmente egresa de la universidad un ingeniero cada 2.000 habitantes en China, uno cada 2.300 en Francia, cada 4.500 en Chile, 6.000 en Brasil y 6.700 en Argentina. A todos esos países les hacen falta más ingenieros. A Uruguay más todavía.
Ingeniería, ingenieros, trabajo, educación
Interior de la Facultad de Ingeniería de la Udelar.
Hoy la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República ofrece 15 carreras diferentes. “Todas tienen desempleo cero y demanda no satisfecha”, explicó su decano Héctor Cancela. “Está vinculado al momento de crecimiento del país. En tercer año la gran mayoría de los estudiantes trabaja. A veces en segundo. Y ya estamos llegando a tener casos de estudiantes de primero que trabajan, lo que es una locura porque recién entraron. Faltan tantos ingenieros, que estar un año en la facultad ya te abre perspectivas de trabajo”.
Algunas grandes firmas, además de contratar estudiantes, traen ingenieros de otros países (extranjeros y uruguayos que regresan). Cancela ha atendido en los últimos meses pedidos de reválidas de Chile, Colombia, Venezuela y Cuba.
El problema es grave. Ya en 2009 el entonces decano de Ingeniería de la UdelaR advirtió que la falta de ingenieros podría complicar la instalación de inversores en Uruguay. Y el propio presidente José Mujica ha exhortado una y otra vez a los jóvenes a volcarse a carreras científicas, como la ingeniería, en lugar de carreras humanísticas.

Ni civiles ni industriales

Las cifras son elocuentes. De acuerdo al último anuario estadístico del Ministerio de Educación y Cultura, correspondiente a 2010, los jóvenes uruguayos tienden a elegir o bien carreras humanísticas o vinculadas a las ciencias sociales.

Ese año 3.320 jóvenes comenzaron sus estudios universitarios en Ciencias Económicas y Administración; 2.511 en Humanidades, Ciencias Sociales y Ciencias de la Comunicación y 2.136 en la suma de todas las ramas de Ingeniería. (Las cifras no toman en cuenta las carreras técnicas).
Los ingresos a las carreras de Ingeniería, a su vez, no se reparten de modo parejo. En 2012 ingresaron a la UdelaR 664 aspirantes a transformarse en ingenieros en computación y solo 168 que procuran ser ingenieros civiles, y 158 ingenieros industriales y mecánicos. Si se agregan los números de las universidades privadas, la brecha entre ingenieros en computación y el resto se hace aun mayor.
La falta de ingenieros civiles, mecánicos e industriales es un problema para el desarrollo del país. En 2010, sumadas las cifras de las instituciones terciarias habilitadas, apenas 399 jóvenes comenzaron a formarse en estas tres especialidades. Es un número muy bajo si se lo compara con los 1.502 jóvenes que comenzaron ese año la carrera de Psicología, los 1.313 inscriptos en Derecho y Notariado, incluso los 538 de Bellas Artes.

Buenos sueldos

Las tradicionales leyes del mercado no explican este fenómeno. Muchas profesiones que tienen mayor desempleo y menores sueldos que los de un ingeniero, consiguen más estudiantes.
Según la encuesta de remuneraciones y beneficios de la consultora PWC, el sueldo nominal promedio de un gerente de producción (cargo que suele ser ocupado por un ingeniero industrial) era de 154.000 pesos en el primer semestre de 2012. Un gerente de recursos humanos (cargo en general confiado a un psicólogo) ganaba en cambio 123.000 pesos.
Solo los gerentes financieros y los de comercialización y marketing gozan de mayores promedios: 156.000 y 172.000 pesos respectivamente.
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Un sector con los sueldos en alza.
Además, las remuneraciones de los ingenieros vienen subiendo. “La demanda de los grandes emprendimientos que están llegando a Uruguay está empujando los sueldos de los ingenieros al alza. Son salarios que se están recuperando de cierto rezago que padecieron en épocas de poca actividad industrial”, dijo Pablo Schinca, responsable de la encuesta salarial de PWC.
Con un título de ingeniero no hay que llegar a gerente para ganar bien. Jana Rodríguez Hertz, profesora de matemática de la Facultad de Ingeniería, lo resume así: “Ganan más que yo”. Ella es grado cinco, tiene dedicación total y un incentivo de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII). Cobra un salario mensual de 50.000 pesos. Poco después de recibirse de ingenieros, sus exalumnos tienen ingresos mayores que los suyos.
Está claro que el bajo número de vocaciones de la ingeniería no puede explicarse por las expectativas laborales futuras. Las causas son otras.
La primera limitante es el bajo número de estudiantes que hacen el bachillerato científico, el único que habilita a entrar a una carrera de ingeniería. Según las estadísticas de 2010, ese año 10.880 estudiantes de quinto año optaron por el bachillerato humanístico, 8.722 eligieron el biológico, 5.048 el científico y 1.832 el artístico.
¿Por qué los jóvenes uruguayos prefieren las carreras humanísticas? Los especialistas consultados detectaron varias razones que actúan simultáneamente.

Un caso mundial

Para empezar, el problema no es solo uruguayo, otros países también lo padecen.
La Facultad de Ingeniería de la UdelaR publicó recientemente un folleto titulado “Se necesitan ingenieros”. Su portadilla es un collage de artículos de prensa: “Se buscan 25.000 ingenieros” (El País, España); “Alemania busca 105.000 ingenieros” (El Mundo,  España); “El país va a necesitar más ingenieros” (La Nación,  Argentina),  “La falta de ingenieros, un debate entre empresas y universidades” (Clarín, Argentina).
Ingeniería, ingenieros, trabajo, educación
“Este es un tema de preocupación mundial, y no es algo coyuntural sino crónico: se necesitan más ingenieros en el mundo”, sostuvo el decano de Ingeniería de la Universidad de Montevideo, Claudio Ruibal. “Alemania necesita ingenieros y recluta españoles. España necesita ingenieros y recluta uruguayos. Uruguay, aún para atender la demanda interna, necesita más ingenieros y los exporta”.
El problema es mundial, pero en Uruguay es más grave. En el collage del folleto editado por la UdelaR, hay un único recorte de un diario local, una nota de El País. Su título dice: “Uruguay tiene el nivel más bajo de egreso de ingenieros de la región”.
Las razones hay que buscarlas en las siguientes causas.

Ausencia de tradición

Los héroes del Uruguay no son ingenieros ni matemáticos. La falta de tradición de las ciencias duras se hace evidente con solo repasar los nombres de las calles de nuestras ciudades.
“La gran mayoría de los grandes intelectuales de nuestra historia han sido hombres de letras y no de ciencias”, dijo el decano de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Católica, Álvaro Pardo.
Un repaso a la lista de grandes personalidades uruguayas le da la razón. Apenas Eladio Dieste aparece como una referencia a la ingeniería en el panteón de héroes orientales, rodeado de decenas de militares, guerrilleros, abogados, políticos, escritores, pintores, músicos, futbolistas y unos pocos hombres de negocios y médicos.
Y entre las figuras actuales, solo el ingeniero Juan Grompone, que a la vez es un hombre de letras.
Para Pardo, la poca visibilidad de la ingeniería –y de las ciencias en general– es una tendencia histórica en Uruguay. “Tenemos que asumir que falta insertar al ingeniero como un actor social importante. Es histórico. Se prefieren otros tipos de saberes alejados de las ciencias duras. Hablando en forma coloquial, se prefieren aquellas carreras más vinculadas a hablar mucho y a hacer menos”.
Su colega de la Universidad ORT, el ingeniero Mario Fernández, coincide y agrega otro ángulo: lo del pleno empleo y los sueldos altos es cosa de hoy, pero la tradición es la contraria. Durante muchos años los ingenieros tenían pocas opciones de trabajo, y eso aún hoy ocurre en algunas áreas.
“Uruguay –dice Fernández– no tiene una tradición industrial, y eso influye. Que todos los empleos de ingenieros en telecomunicaciones sean de Antel, por ejemplo, no estimula mucho”.

Un estereotipo gris

Tampoco estimula la idea que mucha gente tiene de la ingeniería. Que es aburrida y monótona. Que un ingeniero pasa el día sacando cálculos. Que vive encerrado en una oficina. Es un estereotipo que aleja a mucha gente.
“El trabajo en ingeniería no se hace encerrado en un gabinete”, protesta Cancela, el decano de la UdelaR. “Es un trabajo de mucha interacción personal. Se interactúa con obreros, con otros profesionales. El ingeniero escucha y busca comprender a las personas para solucionar sus problemas”.
Para enfrentar esa falsa idea, la Facultad de Ingeniería realiza todos los años la exposición Ingeniería de Muestra y recibe a grupos liceales. También visita institutos de Secundaria exhibiendo trabajos de los ingenieros. Pero los estereotipos no son fáciles de derribar. Y eso nos lleva al siguiente problema.

Una carrera que no es para mujeres

Es la profecía autorrealizada. El estereotipo dice que la ingeniería no es para mujeres. Desalentadas, pocas chicas se atreven a desafiar el lugar común. La profecía se cumple.
De las 15 carreras que ofrece la UdelaR, las mujeres son mayoría en solo dos: ingeniería química y en alimentos. En todas las demás los hombres son muchos más: el 70% en algunas carreras, el 85% en otras. En 2012 las mujeres representaron solo el 23% de los ingresos.
Paula Niño, una estudiante de tercer año, recuerda una clase de ingeniería mecánica, un aula llena en la cual ella era la única mujer. Sus amigas, que estudian con ella en el patio de la facultad, han pasado por situaciones parecidas. “Y eso que ahora hay más  mujeres”, dice una de ellas.
“Los ingresos todavía están muy desbalanceados”, lamenta el decano Cancela. “Hay que trabajar fuerte desde Secundaria. Hay que romper esa barrera de género. Hay una percepción de que la tecnología es un ámbito muy masculino. Estamos perdiendo un montón de muchachas que podrían encontrar acá una oportunidad de trabajo”.
La profesora Rodríguez Hertz, la única mujer grado cinco en matemática, cree que la educación que reciben las niñas es la génesis del problema.
“No se las estimula a interesarse por las ciencias duras. ¡Cuánto daño hace que los padres disfracen a las niñas de princesitas! Les niegan el derecho a ser protagonistas de su vida, porque no hay cosa más pedorra que ser una princesita y esperar que un tipo te rescate. Nadie dice: ‘yo quiero que mi hija sea médica espacial o doctora en matemática’. En cambio, muchos padres y madres quieren que sus hijos varones sean ingenieros. Pero una niña nunca”.
Pregunté a Paula Niño y a las tres amigas con las que estaba estudiando en la terraza de la Facultad –Carolina Martínez, Evelyn Rochón y Analía Gandolfi– si cuando niñas alguna vez las habían disfrazado de princesitas.
No, nunca, a ninguna.

Una carrera muy difícil

Pero no todos los estereotipos que existen sobre la ingeniería son falsos. Hay uno que tiene un fuerte correlato con la realidad: el que dice que Ingeniería es difícil.
Paula Niño lo dice por experiencia propia: necesitó dos años para hacer primero en la facultad. Y otros dos para hacer segundo. Y cosas similares les pasan a la mayoría de los que avanzan, de modo esforzado y trabajoso, en busca del título de ingeniero.
Mucha gente directamente no está dispuesta a intentarlo.
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Faltan jóvenes que quieran ser ingenieros.
“La percepción que hay es que la carrera es ‘salada’, como dicen los muchachos. Que es pesada. Que hay mucho fracaso”, sostiene el decano de Ingeniería de la Universidad ORT, Mario Fernández. “La fama de ser una carrera dura pesa mucho en un mundo que va atrás de la inmediatez. Los muchachos prefieren buscar carreras más blandas, menos rígidas. La falta de profundización en los estudios tiene que ver con un estilo de vida. El que decide estudiar ingeniería sabe que tiene que calentar la silla en serio. Y muchos no quieren”.
El decano de la Universidad Católica coincide: “Se percibe a la carrera de ingeniero como algo muy árido, en donde las posibilidades de fracaso son muy grandes”.
Según Fernández, muchos jóvenes prefieren carreras con un menor compromiso con la exactitud.
“La ingeniería es muy binaria, está bien o está mal. Hay otras disciplinas donde lo que está más o menos tiene más posibilidades de seguir adelante. En Psicología, por poner un ejemplo, hay más flexibilidad porque la disciplina admite otros matices. En ese marco, el que rinde más o menos quizás pueda seguir adelante. En ingeniería no, porque el nivel de exactitud es muy alto: las cosas funcionan o no funcionan, no hay un punto intermedio”.

El cuco de la matemática

Ese rechazo juvenil a la ingeniería puede focalizarse en un punto muy preciso: el miedo a la matemática.
“Los alumnos de Secundaria, al percibir lo difícil que parece estudiar matemática y física, bases importantes para hacer Ingeniería, pero que no son la Ingeniería, piensan que esta es una carrera para pocos”, lamentó Ruibal, decano de la Universidad de Montevideo.
Cancela, su colega de la UdelaR, coincide: “Necesitamos romper el mito de que la matemática es lo más difícil, que es la materia que hace perder a todo el mundo. Esto empieza en Primaria y sigue en Secundaria. Hay que repensar cómo se forman los profesores y maestros. Porque si para un maestro la matemática es el cuco que le impide recibirse, así se lo va a transmitir a sus alumnos”.
Justamente eso le pasó a la cuñada de Cancela. Solo tras mucho sufrir con los exámenes de matemática, logró recibirse de maestra. “Necesitamos transmitir los conocimientos con menos sufrimiento”, dijo el decano.
La profesora Rodríguez Hertz sostiene que maestros y profesores tienen una mala formación en matemáticas y por eso la enseñan mal desde la escuela. “Eso genera el cuco de que son algo infranqueable y los muchachos prefieren seguir cualquier carrera, lo que sea, con tal de que no tenga nada de matemática”.
No es un asunto sencillo. Rodríguez Hertz citó una reciente investigación de la Universidad de Chicago que mostró que en algunas personas el miedo a enfrentar un problema numérico activa en el cerebro las mismas áreas que provocan el dolor físico. O sea: las matemáticas duelen.
Sin embargo, en los países de Oriente no duelen tanto. Porque allí quienes estudian matemática y otras ciencias afines son mayoría en muchas universidades.
El periodista argentino Andrés Oppenheimer publicó el 17 de noviembre en el diario Nuevo Herald de Miami una columna titulada “¡Menos filósofos, más ingenieros!”.
Oppenheimer recordó allí que los presidentes en América Latina suelen ser abogados y contrastó esa realidad con lo que ocurre en China: “El nuevo líder chino, Xi Jinping, es un ingeniero químico que fue designado por el Congreso Nacional del Partido Comunista para reemplazar a Hu Jintao, un ingeniero hidráulico, que a su vez reemplazó al presidente Jiang Zemin, un ingeniero eléctrico”.
El periodista contó que en la prestigiosa universidad Tsinghua de Pekín, el 72% de los estudiantes están inscriptos en ingeniería y ciencias duras, mientras solo un 28% estudia humanidades y ciencias sociales.
¿Por qué los jóvenes chinos terminan Secundaria sin miedo a las matemáticas y los nuestros con un terror tan grande?, le pregunté por mail a Oppenheimer. Respondió: “Porque les enseñan matemáticas en forma más práctica y menos abstracta”.
Una respuesta similar dio el ingeniero Grompone. “Estamos fallando en la formación en el método científico. Lo que se enseña en Secundaria es aburrido e inútil. Hay que enseñar a pensar científicamente sobre problemas concretos”.
Para Grompone, “más que enseñar física, química, matemática, en el liceo hay que enseñar a pensar. Y eso se logra experimentando, haciendo cosas, resolviendo problemas. Se necesita menos pizarrón y más laboratorio”.

Alta deserción

Pero incluso muchos de los que no tienen miedo y se inscriben en Ingeniería, abandonan la carrera. Cada año ingresan a la Facultad de Ingeniería de la UdelaR unos 1.500 estudiantes, pero solo egresan 500.
Esto ocurre por muchas causas. La carrera se hace larga, difícil, agotadora, muy complicada para seguir si se trabaja al mismo tiempo. En la UdelaR, la única que es gratis y donde estudia la mayoría, hay clases teóricas para 400 estudiantes juntos, el colmo de lo desestimulante.
El decano Cancela sabe que hay mucho para mejorar y pide apoyo a las empresas privadas, las mismas que no paran de pedirle pasantes: necesita transformar su facultad en un lugar más amigable, capaz de retener a más estudiantes. “Estamos buscando donaciones. Necesitamos incrementar la cantidad de aulas, crear espacios para estudiar con mayor comodidad, que los estudiantes puedan permanecer más horas en la facultad”.
Cancela cuenta con un presupuesto anual de 400 millones de pesos. “Son 40.000 pesos por estudiante por año. Es una cifra modesta para carreras que requieren equipamientos muy específicos, importantes en términos de costos, operación y mantenimiento”.
A su vez, la deficiente formación con la que los jóvenes llegan de Secundaria complica mucho las cosas.
“El 80% de los que ingresan a la UdelaR y el 70% de los que ingresan en ORT no tienen el nivel mínimo necesario. Y esto empeoró con el nuevo plan del bachillerato. Está medido”, dijo Mario Fernández, decano de la Universidad ORT.
En la generación 2012 de Ingeniería de la UdelaR el resultado fue abrumador: apenas el 6,4% logró el nivel mínimo aceptable en las pruebas realizadas para saber si están en condiciones de seguir en la carrera.
Esto obliga a los estudiantes a tomar cursos de nivelación, tener que estudiar más horas de las que preveían y en muchos casos los pone de cara a un fracaso que no esperaban. La frustración lleva al abandono.
“Tenemos que desarrollar material de nivelación, con tutorías y acompañamiento para los estudiantes nuevos. El apoyo de las empresas en este campo también sería bienvenido”, dijo Cancela.
El bajo nivel no se constata solo en sus conocimientos de matemática y física, sino también en su capacidad de leer y escribir. “Se ha perdido el poder de abstracción y de interpretación de un texto, fundamental en una carrera de Ingeniería”, dijo Fernández, el decano de ORT.
Cancela coincide. “El estudiante, para aprender, tiene que saber leer, entender, comunicar y trabajar en equipo. Si bien los conocimientos en matemática y física son muy importantes, esto lo es todavía más. Hoy los estudiantes llegan con deficiencias en el manejo del lenguaje, no tienen desarrollada la comunicación oral y escrita. Incluso falla la forma de encarar el estudio: hay una tendencia a memorizar, a tener la receta. Y esas competencias son básicas”.

Las soluciones

No hay una única solución para tantos problemas simultáneos.
Para romper los estereotipos que hablan de la ingeniería como una carrera gris y monótona, docentes de la Facultad de Ingeniería visitan liceos y organizan talleres donde se trabaja con robots, por ejemplo.
Estudiantes voluntarios de los primeros años de la carrera de la UdelaR han participado de un programa llamado “Isaac, Nikola y Galileo van a la Escuela (INGE)”. Visitan escuelas carenciadas y trabajan con los niños haciendo pequeñas maravillas con saberes adquiridos en la facultad: baterías que funcionan con un limón, juegos de imanes, un ventilador que se puede conectar a la ceibalita.
Para combatir la deserción, todas las universidades están buscando reformar sus planes de estudio. Eso es lo que reclama el periodista Oppenheimer: “Hoy la carrera es muy difícil y está enseñada al revés, o sea empezando con la parte más teórica y aburrida, y terminando con la parte creativa”, señaló a través de un mensaje de correo electrónico.
En su ya citado artículo en el Nuevo Herald, Oppenheimer entrevistó a David E. Goldberg, profesor de la universidad de Illinois y líder de un movimiento para modernizar la enseñanza de la ingeniería.
“En lugar de empezar la carrera de Ingeniería con la parte creativa, estamos empezándola con matemática, ciencia y toda la parte abstracta, y eso hace que deserte casi el 50% de los alumnos”, le dijo Goldberg a Oppenheimer.
Cambios de este tipo ya han comenzado a aplicarse en las universidades uruguayas.  En la UdelaR, por ejemplo, se incorporó un taller de ingeniería eléctrica, un ámbito de trabajo práctico y creativo, en primer año.
“De a poco, en las carreras vamos rompiendo con una tradición que decía que había que enseñar dos o tres años de física y matemática, y recién después dos o tres años de ingeniería”, dijo Pardo, el decano de Ingeniería de la Universidad Católica. “Tenemos claro que hay que fortalecer la parte creativa de la carrera”.
Los decanos de las facultades de ingeniería uruguayas, la pública y las privadas, hablan de estos temas entre sí. Es un ejemplo de cooperación pocas veces visto en el país, trabajan juntos para afrontar su problema más crítico: el cuco matemático.
En 2012 los cuatro decanos, con la colaboración de la Academia Nacional de Ingeniería, la ANII, la empresa Indunor y el banco Itaú, trajeron a Uruguay a Eric Mazur, profesor de la Universidad de Harvard, experto en nuevas formas de enseñanza en ciencias duras. Mazur dirigió un taller para más de 100 profesores liceales y universitarios. Luego, en julio, 30 docentes viajaron a Harvard para profundizar en el tema.
“Los decanos nos hemos propuesto hacer acciones conjuntas que faciliten el aprendizaje de los jóvenes. Somos conscientes de que debemos actuar a dos puntas: secundaria y universidad, porque notamos que se ensancha una brecha de formación entre un ciclo y el siguiente, y queremos disminuirla”, dijo Ruibal, el decano de la Universidad de Montevideo.
Los efectos de estas actividades ya se están notando. Pardo, el decano de la Universidad Católica, relató que uno de los profesores que fue a Harvard implementó al regresar un taller de aprendizaje grupal. Las notas mejoraron y nadie desertó.
El ingeniero Grompone vio hace poco en televisión algo que lo hizo sentir optimista respecto al problema de la falta de ingenieros.
Cuando se cumplieron cinco años del Plan Ceibal se realizó un acto en el pueblo Cardal, Florida, donde se repartieron las primeras computadoras a los niños. Uno de estos chicos realizó un discurso y anunció su deseo de transformarse en ingeniero. Para Grompone fue una revelación:
“El Plan Ceibal está acomodando un poco las cosas. Un niño criado en la mitad de la cuenca lechera, dijo con total naturalidad: ‘yo quiero ser ingeniero’. La enseñanza media hoy mata el interés, destroza todo incentivo. Pero la máquina, la computadora, lo hace renacer, porque permite hacer cosas concretas, y también hacerse preguntas y encontrar las respuestas”.
Del éxito de toda esta batería de soluciones dependerá si Uruguay logra conseguir los profesionales y técnicos que cada vez necesita más.
El decano Cancela lo resume así: “Los recursos humanos de calidad son una clave para el desarrollo del país. O los atraemos nosotros o van a ser atraídos por otros. Si no apostamos a ser receptores de estos recursos humanos, vamos a ser emisores”.
“Tenemos que lograr transmitir que hoy en la ingeniería hay oportunidades, hay necesidad y posibilidades de obtener remuneraciones interesantes. Hay posibilidades de desarrollarse desde el Uruguay hacia el mundo”.

Informe publicado en la edición de diciembre de 2012 en la revista Construcción, editada por la Cámara de la Construcción del Uruguay.

3.1.13

Caminante entre lobos y caranchos


Tengo que hacer ejercicio todos los días, sin excepciones. Así me lo exige el médico. Van tres años y espero que sean unos cuantos más. Tres veces por la semana juego al básquetbol. Los otros cuatro, camino cuarenta minutos. Rápido.
Siempre que puedo, la caminata la hago por la playa de Lagomar. En estos tres años, lo he hecho de mañana, de tarde y de noche. Hacia el este y hacia el oeste. Con short, remera y protector solar; y con tres buzos, campera y dos bufandas. A veces, en invierno, cuando el viento arrecia o llueve con fuerza, no me cruzo con ninguna otra persona en los cuarenta minutos de marcha.
He aprendido a reconocer a los de mi tribu: están allí en esos días en los que nadie más baja a la playa. Casi todos tienen entre 40 y 50 y pico, caminan más rápido que lo normal, la mirada fija, concentrada, perdida. No llevan radio ni mp3. Eligen las horas menos concurridas, porque el médico les prohíbe detenerse a saludar gente: la caminata debe ser continua, sin paradas. De lo contrario, no sirve.
En invierno pisamos la mugre. La Intendencia –ahora “comuna canaria”- considera que no es menester limpiar la playa fuera de temporada. Uno camina entre miles de envases, bolsas de nylon, botellas de vidrio y de plástico, envoltorios diversos, preservativos, jeringas, juguetes rotos, esqueletos de pescados y gallinas muertas dejadas por los umbandistas.
De vez en cuando aparecen los objetos más insólitos, como un viejo sofá que alguien abandonó en la playa y allí estuvo pudriéndose durante semanas.
Hace unos meses hubo una verdadera invasión de unas botellas de plástico de medio litro con una etiqueta escrita en chino, japonés o coreano. Parecían ser de agua mineral, pero no puedo estar seguro. Eran de un plástico mucho más delgado que el que se usa aquí. Estaban tapadas pero sin líquido dentro, como si hubieran perdido su contenido por arte de magia. Aparecieron por cientos durante una semana, después nunca más.
Lagomar es la quintaescencia del estuario. Las aguas dulces y saladas están siempre mezclándose. En la reseca que deja la marea se unen huevos de caracol oceánico (mucha gente cree en forma equivocada que son huevos de tortuga) con camalotes de agua dulce, que vienen desde el Uruguay o el Paraná.
Playa, pescado
Foto: Eduardo Irazabal.
Cuando la salinidad cambia de golpe, la costa se llena de peces condenados. He visto la playa llena de dorados muertos o a punto de morir. Más de una vez recogí un pez todavía vivo y lo devolví al mar, pero es inútil. Si el agua es muy dulce o muy salada para el código de su especie, la suerte del pobre animal está echada.
Un pescador me dijo que si se captura al pez mientras todavía está vivo, se lo puede comer. Pero nadie aprovecha. Quizás debería informarse que está ocurriendo un cambio de salinidad, sin duda algo más importante que la última novedad de Show Match. Pero los medios están con Tinelli, no con la costa.
Los cadáveres de los dorados o los bagres, que en ocasiones llegan a ser miles y miles, cubren luego la playa entera. Las gaviotas no pueden comer tanto. Al cabo de una semana, el hedor comienza a sentirse. La Comuna canaria no se entera. Para la autoridad, la playa no existe en invierno.
El hedor es peor cuando aparece un lobo de mar muerto. De un tiempo a esta parte, los cadáveres de lobos de mar son algo cada vez más frecuente. Después del último ciclón, aparecieron al menos cuatro. Los rumores dicen que los matan los pescadores, pero no sé si es cierto.
Así como los lobos, en la orilla he visto pudrirse muchos cuerpos de animales: pingüinos que perdieron el rumbo; tortugas marinas grandes como un abrazo; delicadas franciscanas, el esquivo y bello delfín del Plata.
Pero la costa es también el espectáculo de la vida. Una vez me topé con un lobito que parecía muerto, pero solo dormía. En los pastizales que separan la playa de la avenida, vi correr una liebre, sorprendí a una pareja de tucu tucus asomándose desde su mundo subterráneo, descubrí apereás que todavía habitan un pequeño bañado.
Además, desde hace un tiempo es cada vez más habitual la presencia de aves rapaces. Este invierno, tres o cuatro veces, me topé con enormes caranchos, solitarios o en pareja, posados en la orilla misma, comiendo pescado. También son frecuentes los gavilanes. ¿Estas especies están colonizando la playa? Me gustaría tener una respuesta.
Muchas veces me digo que voy a averiguar qué hay detrás del misterio de las botellitas chinas, la sobreabundancia de lobos muertos, la invasión de aves rapaces. Pero no lo hago: las obligaciones del trabajo diario me llevan a otras investigaciones. En la playa apenas soy un caminante, testigo si se quiere, pero no periodista.
Haría falta alguien que de verdad investigara lo que ocurre en ese lugar que no existe para las autoridades durante nueve meses al año.
Es lo mismo que pasa con el resto de las cosas. Hoy hay muchos –políticos, sociólogos, filósofos, expertos en nuevas tecnologías, teóricos de la comunicación, incluso periodistas- que creen que ya no se necesita al periodismo. Que basta con internet, los blogs, las redes sociales. Que cada uno tiene su propio espacio en el nuevo mundo híper conectado. Que todos pueden hacer sonar su propia voz. Que ya no se necesitan intermediarios, cuenteros profesionales.
Pero las personas en las redes sociales son lo mismo que yo en la playa: somos testigos, podemos contar lo que vemos, pero no podemos explicarlo.
Para explicar qué son esas miles de botellitas chinas, si hay algo raro detrás de todos esos lobos que aparecen muertos, por qué hay caranchos comiendo a cien metros de la rambla, se necesita que alguien se dedique a preguntar, a reunir las piezas del rompecabezas, a investigar. Un periodista, no un caminante.
Cuando la curiosa alianza entre las fuerzas de la tecnología y del antiperiodismo haya completado su obra, el peligro será que toda la sociedad sea lo mismo que la costa por donde camino. Un lugar que solo existe cuando las autoridades quieren que exista. Un enorme e inexplicable misterio.

Publicado en el semanario Brecha, en la edición del 28 de diciembre de 2012.
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