Texto de la contratapa En Caraguatá. Una tatucera. Dos vidas, Leonardo Haberkorn presenta una rigurosa investigación periodística sobre los trágicos hechos ocurridos en el mayor de los refugios del MLN-T, la joya de la corona tupamara, el escondite subterráneo construido en la cabaña Spartacus, cerca de Pan de Azúcar. El libro ilumina como nunca antes dos casos funestos que ensombrecen la historia del Caraguatá. Uno de ellos es un episodio central en el periplo del MLN-T: el asesinato del peón rural Pascasio Ramón Báez Mena. El otro es un acontecimiento hoy casi olvidado: la muerte del tupamaro Walter Sanzó a manos de los militares durante el asalto a la tatucera. Dos de los tupamaros implicados directamente en estos eventos, Ismael Bassini y Enrique Osano, quienes hasta ahora habían guardado un silencio absoluto sobre lo que vivieron en la cabaña Spartacus, toman la palabra. Sus versiones contrapuestas se entretejen aquí con las voces de otros implicados —entre los que se cuentan varias fuentes militares— que Haberkorn ordena para elaborar un relato coral, tan lúcido e incisivo como revelador y necesario.
16.12.23
Caraguatá. Una tatucera. Dos vidas.
24.8.22
Mercader y el último golpe tupamaro
Antes de ser político, Antonio Mercader fue un muy buen periodista. Siendo joven llegó a estar al frente de la redacción del vespertino El Diario, en una época en que cada tarde se vendían 150.000 ejemplares o más, cifra utópica para la prensa uruguaya desde hace ya muchos años.
Mercader, que falleció en 2019, solía decir que el periodismo es una gran profesión para saber dejarla a tiempo.
Él presumía de haberlo hecho. Pronto abandonó la prensa y se dedicó a la publicidad. Luego pasó a la política. Pero en su libro póstumo editado en 2021, El último golpe tupamaro, “Manino” volvió a usar aquellas herramientas de su primer oficio, y lo hizo con una gran calidad y destreza.
El libro tiene como epígrafe una frase de Hannah Arendt: “Ninguna filosofía, análisis o aforismo, por profundo que sea, puede compararse en intensidad y riqueza de significado, con una historia bien narrada”.
Y eso es lo que Mercader logró con esta obra.
El último golpe tupamaro es un libro ágil y muy bien escrito, que se lee muy rápido. Claro, ordenado e inteligente, es un trabajo muy serio, pero con algunos toques de humor irónico que lo enriquecen. Es una obra muy útil como fuente de consulta ya que resume muy bien un hecho importante al que cada tanto vuelve el debate público: la tragedia del Filtro.
La culminación del relato son los violentos sucesos de la noche del 24 de agosto de 1994, cuando una multitud resistió la extradición a España de tres miembros del grupo terrorista vasco ETA, y el joven Fernando Morroni, de 24 años, murió baleado por la policía.
País tupper
“El último golpe tupamaro” es un libro muy documentado. Mercader revisó la prensa uruguaya y la española, los libros ya publicados sobre el tema y los documentos fundamentales, incluyendo las sentencias de la justicia. Sumó alguna entrevista propia, la principal de ellas al hoy también fallecido Eleuterio Fernández Huidobro.
La fortaleza del trabajo no está en nuevas grandes revelaciones. Que el MLN hizo en el Filtro su último ensayo de lucha callejera, de asonada violenta, ya lo ha admitido Jorge Zabalza y lo han documentado académicos como Fito Garcé.
Lo que hizo Mercader en esta obra fue unir todos los puntos dispersos, darles una hilación y un sentido. Vincular lo ocurrido con los antecedentes, con las consecuencias, con el contexto uruguayo, español e internacional, para hacer que todo el episodio adquiera un sentido completo. Narrar la historia como pedía Hannah Arendt.
En el centro de la trama están la ETA y el MLN, la relación entre ambas organizaciones y cómo esas vinculaciones confluyeron en el Filtro. Aquel día de 1994, casi una década después de recuperada la democracia, los tupamaros todavía seguían sin renunciar del todo a la violencia como herramienta política.
Mercader buceó en los archivos de la prensa española para historiar las actividades de ETA en Uruguay, su nexo con el MLN y otras organizaciones. Al respecto el libro documenta mucho y al mismo tiempo deja la sensación de que todavía hay piezas que faltan.
Los etarras en Uruguay intercambiaban mensajes secretos con un código cifrado. En esos crípticos telegramas a Argentina le decían Asia; a Estados Unidos, Estocolmo; a Venezuela, Valencia. Siempre tomaban la primera letra de cada nombre para buscar la palabra alternativa. Sin embargo, a Uruguay, no se sabe por qué, le decían Tupperware. A partir de esa revelación, Mercader -con humor- pasa a llamar Tupperware a Uruguay, el país-tupper, la comarca cerrada donde la información que el mundo tiene por buena no cuenta. No asumimos los hechos a veces porque los desconocemos, y otras porque –a pesar de conocerlos- elegimos ignorarlos para no violentar la corrección política.
Los datos de la realidad indicaban que ETA no era ni nunca había sido la genuina representante del pueblo vasco. Que asesinaba sin piedad. Y que en España, un país con separación de poderes, los etarras tendrían un juicio justo. Pero la propaganda pro ETA de esos días machaba con todo lo contrario. Y en el país tupper algunos prefirieron hacerse los otarios.
Cuarenta y ocho parlamentarios de todos los partidos firmaron una solicitada que reclamaba el asilo político para los etarras. El senador blanco Alberto Zumarán hizo gestiones por ellos. Hugo Batalla fue a darles apoyo. Seregni y Tabaré Vázquez también.
Ante un episodio clave, la política oriental no supo discernir entre dictadura y democracia. España era una democracia, como lo es hoy, pero muchos políticos uruguayos actuaron como si no lo fuera. Igualaron la voz del Estado español con la de una organización terrorista.
También la Universidad de la República se sumó a la confusión. El PIT CNT decretó con una huelga general por tiempo indeterminado. Se organizó una marcha que encabezó José D´Elía y que culminó en un acto en el que habló Juan José Bentancor.
No se me ocurren dos sindicalistas con mejores credenciales democráticas que D´Elía y Bentancor, un dirigente al que traté y siempre fue ejemplo de caballerosidad, mesura, tolerancia y pluralismo.
¿Cómo dos personas así pudieron involucrarse en un acto en favor de tres integrantes de un grupo terrorista que ya había asesinado a más de 700 personas?
El “otro” muerto
Aunque el foco del libro está puesto sobre el MLN, la policía es otro de sus temas. Aquella noche, ante la violencia organizada, las fuerzas de seguridad abrieron fuego sobre la multitud en forma indiscriminada. Las balas mataron a Morroni, pero pudieron haber matado a muchos más. El homicidio del muchacho permanece impune hasta hoy.
Mercader retrata en el libro a una policía atrasada y con una falta de preparación lindante con lo criminal. No tenía ni carros lanza agua ni munición no letal. Enfrentadas a la asonada, las fuerzas policiales reaccionaron como un malón, disparándole a quemarropa a la multitud.
El libro es también una denuncia sobre el Uruguay de hoy. Cuando Mercader lo terminó de escribir, durante la presidencia de José Mujica, ninguna editorial se animó a publicarlo. Eso dice mucho sobre el país en que vivimos.
Mujica formó parte del accionar planificado por el MLN en apoyo de los etarras, un ingrediente central del cóctel que terminó en tragedia.
Tengo dos historias personales sobre esa noche.
Los sucesos ocurrieron una noche de miércoles. Yo trabajaba en el semanario Búsqueda y ese era el día de cierre. Por eso, aunque ya hubiéramos terminado nuestro trabajo, los miércoles todos los periodistas debíamos permanecer en la redacción hasta la medianoche, cuando la edición entraba en la imprenta. Nos quedábamos llamando a nuestras fuentes, buscando alguna noticia de último momento.
Recuerdo muy claro cuando el cronista judicial regresó del Filtro y contó de los violentos incidentes. Lo habían enviado a cubrir la extradición de los vascos porque aquello era un procedimiento judicial: pedido por la justicia española y ordenado por la uruguaya, no por el gobierno de Uruguay.
A todos los que estábamos en la redacción nos encargaron alguna tarea vinculada a conseguir información sobre lo que había ocurrido. Se decía que había dos muertos, Morroni y Roberto Facal.
Me encomendaron ir al velorio de Facal. Se presumía que podía ocurrir allí algún incidente violento.
Llegué. No había manifestantes. Entré a la sala velatoria. Había poca gente, mucho silencio y un lógico ambiente de pesar. Me senté. Nadie hablaba. Un familiar se me acercó y me preguntó qué hacía allí. Le dije que era periodista. Me manifestó que esa muerte no tenía nada que ver con el Filtro y me pidió que por favor me retirara.
Años después entrevisté a otro allegado a Facal que me dijo lo mismo: su muerte, apuñalado, no tuvo que ver con la represión policial.
Mercader publica en su libro la sentencia judicial del caso Facal, en la que se condenó a dos personas ajenas a los episodios político-policiales.
Pero la insistencia en decir que hubo un segundo muerto persiste.
Las bases del PIT-CNT
El otro episodio personal tiene que ver con la huelga decretada por el PIT-CNT en favor de los vascos. Tras las primeras 24 horas de paro general se convocó a una Mesa Representativa. Se hizo en la sede de la federación del transporte. Yo era el cronista sindical de Búsqueda y ahí estuve. El clima era muy tenso. Se vetó la presencia de periodistas. Pero varias fuentes me contaron lo que ocurrió: muchos sindicalistas relataron que sus bases no entendían por qué el PIT-CNT estaba haciendo esa huelga a favor de tres etarras. Si el paro seguía, se corría el riesgo de que muchos trabajadores lo desacataran. Se votó darlo por concluido.
A propósito del libro de Mercader, Martín Aguirre escribió en El País que los episodios del Filtro demuestran que “la grieta” en 1994 era mayor que ahora.
Creo que no. La mayoría de la gente, incluyendo a miles de trabajadores afiliados al PIT-CNT, no querían hacer un paro por ETA. Nadie lo entendía. Pero la política había sido ganada por un microclima ajeno a la realidad.
Más allá de la asonada del MLN y su apoyo a la ETA, ese es el gran tema del libro: cómo una eficaz mezcla de desinformación y propaganda, mucha manija bien atizada con sentimientos de justicia y defensa del más débil, puede llevar a un país por caminos insospechados y trágicos.
También pesó el silencio de todos los que callaron para no llevarle la contra a los abanderados de la corrección política.
Mercader cita una frase autocrítica del exdiputado y ministro socialista José Díaz: “Todos los que, como en mi caso, no participamos de las manifestaciones, tenemos nuestra cuota parte de culpa por no habernos explicado con más contundencia y (no) haber generado ámbitos de debate sobre el tema de fondo que consiste en señalar que la causa de los etarras no es la del pueblo vasco”.
Salvando las distancias, hoy pasa algo parecido con los anti vacunas: desinformación, manija, apelaciones a dictaduras que no son tales, líderes de grupos minoritarios azuzando las aguas y mandando a otra gente al muere. Mañana, ¿cuál será el tema?
En ese sentido, el libro de Mercader deja una sensación de angustia. Somos manipulables y también lo son nuestros líderes. Pasó y puede volver a pasar.
La verdad, el debate, la información, el no callarse por miedo a la reacción de la propia tribu, son los mejores antídotos.
Nota publicada en diario El Este, 13 de noviembre de 2021
13.3.22
Elogio de un pacto de silencio
¿Eduardo Bonomi mató al inspector Rodolfo Leoncino en 1972?
La discusión volvió con fuerza ante la muerte del exministro, en un
escenario cada vez más polarizado respecto al “pasado reciente”.
En grupos de WhatsApp de militares y de derecha circuló una foto de
Bonomi con una imaginaria frase de Leoncino: “Después de 50 años y 25 días te
espero, pero de frente no por la espalda”.
Leoncino era el jefe de seguridad del Penal de Punta Carretas. Fue asesinado
el 27 de enero de 1972 por un comando tupamaro, en Maroñas, mientras esperaba
el ómnibus para ir a trabajar. Tenía 50 años.
Las versiones de por qué el MLN decidió asesinarlo son varias. Oficialmente,
la guerrilla señaló que Leoncino fue “ajusticiado” por maltratar a presos
tupamaros. Samuel Blixen, en su libro Sendic, lo define como “un vigilante
sanguinario que gozaba con las golpizas”. Jorge Zabalza, en Cero a la
izquierda de Federico Leicht, sostiene que Leoncino impidió que un compañero
recibiera asistencia médica, lo que habría derivado en su fallecimiento. En ese
libro, Zabalza dice haber tomado la decisión de matar a Leoncino junto con José
Mujica y Efraín Martínez Platero.
El guerrillero Alejandro Pereira Mena, en cambio, dio otra versión:
Leoncino no había aceptado los sobornos que el MLN repartía a otros policías
para que hicieran la vista gorda ante los preparativos de la fuga de Punta
Carretas. En el libro Historias tupamaras Luis Nieto cuenta que tras haber
matado a Leoncino el MLN se adueñó de esa cárcel por el terror que ganó al
resto de los policías. Zabalza también declaró algo similar al respecto.
Bonomi fue acusado de integrar el comando que mató a Leoncino y de haber
disparado la ráfaga mortal.
En 2009 el entonces senador Luis Alberto Heber, hoy ministro del
Interior, lo dijo en una entrevista en el semanario La Democracia:
Entrevistado por Emiliano Cotelo en radio El Espectador, Bonomi
respondió que las cosas no habían sido así. “Fui procesado por algo parecido,
para nada igual a lo que dice el senador Heber”, declaró. Dijo que todo se basó
en declaraciones extraídas bajo tortura a otros integrantes del MLN y que él las
terminó aceptando, también bajo tortura. Asumió su “responsabilidad política”
por las acciones realizadas por el grupo guerrillero, pero agregó que eso “no
significa ser materialmente responsable”.
Sin embargo, años después el asunto volvió. En 2018 el periodista Sergio
Israel, en su libro Tabaré Vázquez, compañero del poder, cuenta que al asumir
su primera presidencia Vázquez quería designar a Bonomi como ministro del
Interior, pero que no lo hizo porque había matado a un policía.
Dice el libro: “Otra idea que tuvo que ser cambiada a último momento fue
la designación de Eduardo Bonomi en Interior. El Bicho advirtió a Vázquez que
había sido acusado de la muerte de dos policías durante su militancia en el
MLN-Tupamaros antes de la dictadura y que en uno de los casos era verdad. Fue
entonces que Vázquez decidió que (José) Díaz, que iba a ser ministro de
Trabajo, se ocupara de Interior y Bonomi pasara a lidiar con empresarios y
trabajadores…”.
Bonomi recién sería designado en Interior en 2010, cuando José Mujica
llegó a la presidencia.
Basado en lo relatado por Israel, en el programa televisivo Séptimo Día,
en 2019, le pregunté a Bonomi si se arrepentía de haber matado a un policía.
Respondió que no podía arrepentirse de algo que no había hecho. Le cité
el libro de Israel y respondió que el periodista se había equivocado.
Días atrás, tras la muerte de Bonomi y con este tema escalando
temperatura en las redes sociales, el colega Nicolás Delgado entrevistó para
Montevideo portal a Jorge Vázquez, exviceministro del Interior, cercanísimo
colaborador de Bonomi y hermano del fallecido presidente Vázquez. Delgado le
preguntó a Vázquez por este tema y el relato de Sergio Israel.
La respuesta de Jorge Vázquez resultó reveladora. Dijo:
“Yo fui el que hizo el acuerdo con Bonomi. Lo
hicimos en la sede del MLN en la calle Tristán Narvaja. Estaban ‘El Bicho’ y
varios compañeros más de la dirección. Tabaré quería que ‘El Bicho’ fuera
ministro del Interior y hace la propuesta. Y ‘El Bicho’ pide una reunión y
Tabaré me manda a mí. Lo que se me dice a mí, y yo no miento, es: ‘Tabaré
quiere a El Bicho como ministro del Interior, y El Bicho está acusado de tal
cosa y no es una buena señal que con esa acusación él vaya a un ministerio
donde puede generar muchas rispideces’. Y esto le transmití a Tabaré. Él dijo:
‘Bueno, corremos el riesgo igual’, porque estaba convencido que Bonomi podía
ser un buen ministro del Interior. Pero frente a la situación de que la propia
dirección dijo que podía generar rispideces, mejor era ponerlo en otro lado y
evitarnos un problema. Tabaré lo entendió así y lo nombró ministro de Trabajo. Y le fue muy bien”.
Vázquez agregó
que las acusaciones contra Bonomi nunca cesaron, pero él nunca le preguntó
sobre el tema.
“En mi relación personal con Bonomi, él nunca me dijo qué era lo que
había hecho. Lo que sí me dijo es que lo que ha dicho en otras instancias: ‘Yo
asumo políticamente la responsabilidad de todas las acciones que hizo el MLN’. Si lo acusaban y fue cierto o no, no sé. Lo
que sé es que en la tortura a veces es más fácil decir ‘fui yo’ que acusar a un
compañero. Y a veces el torturador se
queda con la tranquilidad de que descubrió quién fue que cometió el delito y no
le interesa indagar más”.
Es muy cierto lo que señala Vázquez: los militares “investigaron”
torturando. Ese uso sistemático de la tortura y la falta de garantías de la
justicia militar, terminaron por invalidar -en los hechos- todas sus
conclusiones y sus condenas. No hay garantías ni certezas de que los condenados
por los crímenes tupamaros hayan sido los verdaderos responsables. Muchos fueron presos
muchos años por esos delitos, pero ¿fueron ellos?
Mediante la tortura los militares enviaron a la cárcel a miles. Mediante
la tortura lograron que todos, incluyendo a los verdaderos culpables, se
volvieran inocentes para siempre. Es una paradoja sobre la cual no he oído
reflexionar a los grupos que hoy defienden a los militares presos por crímenes
de la dictadura.
Por eso mismo y volviendo a Leoncino, no hay certeza de que su matador
haya sido Bonomi. Pero lo que sí es seguro, es que el MLN lo asesinó, lo mismo
que a decenas de otras personas.
¿Nunca le preguntó a Bonomi qué pasó? – le preguntó el periodista Delgado a Jorge Vázquez en la reciente entrevista.
“Jamás, porque hay una especie de regla de oro entre los que estuvimos
presos y es que nunca nos preguntamos qué hicimos. Hay un respeto por el
compañero. Hay un respeto por el compañero que pasó por la tortura y dijo lo
que dijo y no dijo lo que no dijo y aguantó lo que aguantó y no aguantó lo que
no aguantó. Ahí pasamos todos por la tortura. Entonces, lo que yo no dije en la
tortura no se lo voy a decir a nadie, y lo que dije en la tortura, tampoco”.
Y agregó, por si no hubiera quedado claro el concepto:
“A pesar de que muchos delitos ya prescribieron y que ahora podríamos
abrirnos y decir ‘yo sé que fulano hizo tal cosa’, hay un código de oro, que no
lo implantó nadie, lo implantamos nosotros por la convivencia de 13 años de
cárcel, tortura, apremio físico, psicológico, etcétera, que lleva a que hay
cosas que nosotros no nos contamos”.
En su respuesta, Vázquez parece no percatarse de que está describiendo
con orgullo un código de silencio que se parece muchísimo al que han esgrimido
los militares para justificar su falta de aportes a la verdad histórica.
Es claro que el terrorismo de Estado es más grave que los atropellos de
una organización armada privada. Pero eso no rebaja la gravedad de muchos crímenes
que cometieron el MLN y otros grupos menores, incluyendo la ejecución de gente
inocente y prisioneros inermes.
Los responsables de esos homicidios siguen guardando silencio, por las razones
que Vázquez esgrime. La tortura militar los volvió inocentes y ellos no hacen
nada para despejar las dudas. Que haya familias sufriendo, a las que nadie les
explicó, con las que nadie se disculpó, ni les contó exactamente qué pasó, no parece
tener importancia.
Así como indigna que los militares que tienen información sobre los
desaparecidos no comprendan de una vez que la guerra interna terminó, ¿no cree
Jorge Vázquez que ya terminó también el tiempo de los calabozos y la tortura? ¿No
piensa que el país hoy no necesita silencio, sino verdad para sanar las
heridas? ¿No asume que el dolor que provoca un asesinato es idéntico para
cualquier familia?
En la entrevista Vázquez condenó, con toda razón, a los militares que no
dan datos para ubicar a los desaparecidos, la mayor herida de todas. Y luego
propuso un modo de superarlo: “¿Sabés cómo? Que entre la gente que participó en
esas cosas o que estuvo en esos años -porque hubo mucho personal de tropa que
participó, yo sé de cabos, de sargentos que participaron en la tortura, que
estaban a cargo de los calabozos, a cargo de los presos, te llevaban al cuarto
de tortura, te esposaban, te ataban, te tiraban en un colchón, llamaban al
médico… eso lo hacía personal de tropa-, si todos aportan un poquito de algo,
es muy probable que se reconstruya una verdad. Lo que pasa es que nadie quiere
aportar un poquito de nada”.
Y de vuelta el asombro.
Porque Vázquez quiere que ese aporte de verdad lo pongan otros, mientras
él admite, promueve y pregona un pacto de silencio casi idéntico en motivos y
sustancia al que critica y propone levantar.
Es muy difícil que la verdad avance así.
El caso Leoncino, con todos sus eufemismos y opacidades, es un buen
ejemplo.
3.6.16
Gavazzo. Sin Piedad.
Crítica y reseñas
Crítica en La Diaria.
Crítica en el semanario Brecha: (compartida con autorización).
Entrevistas a propósito del libro:
Con Edmundo y Estefanía Canalda en 2030, en radio El Espectador.
Con Nicolás Lussich, en radio Carve.
Con Efraín Chury Iribarne, en radio Centenario.
Con Gustavo Villa y Luis Custodio en de 8 a 10, radio Uruguay
Con Jorge Traverso, en Tiempo Presente, radio Rural.
Con Álvaro Carballo, en Televisión Nacional
Con Aldo Silva en Fuentes confiables, radio Universal
Foto: radio Universal |
Con Daniel Figares y Pablo Alfano en Rompkbezas, de radio El Espectador.
Con Elio García Clavijo, en Carmelo Portal.
Con María Inés Obaldía, en La Mañana en Casa, en Canal 10.
Con Christian Font, Soledad Ortega y Federico Paz, en Buen día Uruguay, Canal 4.
Con Magdalena Herrera, en el portal Ecos.
Contratapa escrita por el periodista Jaime Clara:
10.10.15
Corrección a Jorge Zabalza
-En el marco de la llamada "tregua" del año 72 estuvieron los trabajos conjuntos de militares y tupamaros en el Florida contra los "ilícitos económicos", por los cuales se llegó a detener gente. ¿Tenés constancia de que tupamaros hayan participado en torturas a detenidos por este motivo?
Zabalza respondió:
-No tengo testimonio directo de eso. Hubo gente que participó en el levantamiento y análisis de las declaraciones. Eso sí lo tengo claro. El que dice eso es el coronel Agosto (en el libro Milicos y tupas, de Leonardo Haberkorn). No he oído a ninguno de los compañeros que estuvo detenido en esos lugares -que fueron el Batallón Florida, el cuartel de La Paloma, el 9.º de Caballería y el Ingenieros I- hablar de que hayan participado en la tortura.
La respuesta de Zabalza es equivocada, lo que dice no es cierto, y eso me obliga a escribir esta aclaración.
Milicos y tupas no fue escrito para denunciar que hubo tupamaros torturadores, que los hubo.
El libro ha tenido lectores atentos y críticos que han captado bien su espíritu general. Invito a los que tengan curiosidad a leer aquí las críticas de Guillermo Zapiola en El País y de Salvador Neves en Brecha, por ejemplo. O la presentación que hizo del libro el historiador Gerardo Caetano.
Pero el tema de los tupamaros torturados-torturadores vuelve una y otra vez.
Y entonces Zabalza dice lo que dice. Y lo que dice no es verdad.
Lo que el hoy coronel retirado Luis Agosto, que en 1972 era capitán, afirma en el libro respecto a la colaboración de tupamaros a la hora de interrogar a los detenidos por supuestos "ilícitos económicos" está en la página 156 del libro.
Cito en forma textual:
"Según el coronel Agosto varios tupamaros ayudaron en la tarea de teatralizar la tortura:Es decir, lo que Agosto recordó en el libro es que hubo tupamaros que colaboraron para interrogar a los supuestos delincuentes económicos, pero él no dijo que hayan torturado junto con los militares.
-Los tupas se prestaban para estar en celdas cercanas y gritar en esos momentos. Desde la pieza de al lado a la que usábamos para interrogar a los ilícitos, los tupas gritaban: '¡No, no me mates!, ¡no me mates!', y los tipos se asustaban y declaraban sin que les hiciéramos nada. Los tupas gritaban y los tipos se cagaban y pedían para confesar".
Los que sí dijeron eso, y no puedo entender cómo Zabalza lo olvidó, fueron otros tupamaros, asqueados por los recuerdos de aquella situación.
En Milicos y tupas se recoge el testimonio del contador Carlos Koncke, preso en aquel entonces por tupamaro. Su testimonio está en la página 157:
"A mí los militares quisieron llevarme a interrogar, pero yo les dije que de ninguna manera, que eso era cosa de ellos. Pero recuerdo a un tupa que sí aceptó interrogar a los ilícitos, y fue. Yo lo vi. ¡Lo vi yo mismo! Era un tipo muy especial, un verdadero rico tipo. Y cuando volvió se ufanaba: '¡Yo le metí la cabeza en el tacho, sí!'. Estaba orgulloso de lo que había hecho".
También en el libro se incluye el testimonio de una tupamara que no quiso presentarse con su nombre verdadero, el único caso en el libro. Yo acepté su anonimato porque conozco los problemas que le sobrevendrían si se presentara en público con su nombre, Ojalá se hubiera atrevido a hacerlo, pero no se animó.
La llamé "Mónica" en el libro y su testimonio coincide con el de Koncke. Sus dichos refieren al trato que recibió en el cuartel de La Paloma el contador León Buka, uno de los detenidos durante la tregua entre militares y tupamaros.
El testimonio de "Mónica" está en la página 158:
"Buka fue torturado por gente del MLN. La idea era mostrarle al resto de los compañeros que la cosa iba en serio, que eso era una nueva revolución que se estaba llevando adelante. 'A estos hijos de puta les va a pasar esto de ahora en más'. Ese era el mensaje. Cuando lo devolvían de la tortura, una compañera que sacaba medicamentos de la enfermería le daba analgésicos y Valiums a Buka. '¿Qué estás haciendo?', le decían. 'Estoy ayudando a un pobre tipo' -respondía ella; la tortura nunca es admisible'".
En Milicos y tupas se recoge también el testimonio del tupamaro Pedro Montero, incluido en el libro Ecos revolucionarios (2003), de Rodrigo Vescovi.
Montero coincide con Koncke y con Mónica.
La cita está en la página 158 de Milicos y tupas. Le dijo Montero a Vescovi:
"Después se torturó a toda la gente de Jorge Batlle y participamos nosotros en la tortura. Recuerdo que dentro del batallón Artillería 2 viví la tortura de civiles de derecha y a eso me opuse. El contador de Peirano fue defenido por mí dentro de Artillería 2 (...) Y lo que no puede ser es que hubiese compañeros nuestros haciendo, digamos, de soporte asistencial a los torturadores y preguntando. Y eso para mí, que me disculpen, no lo paso ni lo dejo pasar, lo denuncio. (...) Era infame".
Espero que la memoria de Zabalza se haya refrescado.
No es el coronel Agosto quien dice en mi libro que hubo tupamaros torturadores.
Son otros tupamaros quienes lo cuentan.
15.9.15
Cuando tupamaros torturaron con militares
Esa fue una de las unidades donde prendió fuerte la tregua alcanzada entre el Ejército y el Movimiento de Liberación-Tupamaros, que en aquel año trabajaron juntos, se prepararon para un eventual gobierno que los tendría como aliados y emprendieron una campaña de captura de supuestos delincuentes económicos, los famosos "ilícitos".
Los tupamaros que en el cuartel de Artillería N°1 trabajaron codo a codo con los militares lo hicieron siguiendo una orden de la dirección tupamara. Como en todos los puntos que trata el libro, hay testimonios con nombre y apellido que lo relatan.
En la aplicación del submarino a los supuestos delincuentes económicos participaron algunos tupamaros detenidos. Hay testimonios con nombres y apellidos en Milicos y tupas. Gente que lo vio con sus propios ojos.
La denuncia de que tupamaros torturaron junto con los militares ya la había hecho antes otro tupamaro, Juan Pedro Montero en el libro Ecos Revolucionarios (2003), escrito por Rodrigo Vescovi.
"Después se torturó a toda la gente de Jorge Batlle y participamos nosotros en la tortura", dice en ese libro Montero, que estuvo preso en otra unidad militar.
Montero cuenta que se indignó y denunció la situación. Luego de la publicación de Milicos y tupas, agregó que los tupamaros que él vio torturar donde él estuvo preso fueron "menos de cinco".
En el libro de Vescovi también el hoy ministro de Defensa y líder histórico tupamaro, Eleuterio Fernández Huidobro, cuenta como él mismo presenció una sesión de tortura a la que fue sometido un "ilícito". "Nosotros -relata- vimos torturar horriblemente al contador de varias empresas".
Vale la pena recordar todo a raíz de la polémica generada por el procesamiento de Amodio Pérez.
14.5.11
Gerardo Caetano: "Milicos y tupas" rompe los pactos de silencio
Además, "el libro -continuó el historiador- contribuye a derrumbar la teoría de los dos demonios, que es una teoría absolutamente infértil, una teoría muy cómoda para muchos que tienen muchas responsabilidades, y es una teoría falsa".
El libro puede encargarse por mail desde esta página: